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“…Para que adentro nazcan cosas nuevas”



Por Gonzalo Benito Zamora

 

Tal vez es cierto y el tiempo de los consensos construidos en cuatro décadas de democracia ya no sean tan axiomáticos. Quizás sea tiempo de darse otra estrategia y abrir el espacio para dar el debate. Los argumentos y la historia son nuestros aliados. Ellos han venido, y lo hicieron a través de los votos, a destruir todo lo conocido, incluso los pactos más profundos y sensibles que generamos durante todo este tiempo. Frente al negacionismo nuestra respuesta no puede ser negarse a dar la discusión.

 

En los últimos años las democracias de todo el mundo se han visto sacudidas por fenómenos que no supieron identificar a tiempo. El germen de lo que hoy ocurre en varios países (neonazis, anarcocapitalistas, golpismos republicanos, nacionalismos de exclusión, etc) apareció con el auge de las redes sociales, la masificación de los smartphones, la posibilidad de crear minúsculas comunidades digitales alejadas de la mirada de las instituciones. Ese germen apareció también cuando en muchos lugares del planeta los ciudadanos advirtieron que con la democracia no todos comen, no todos se educan y no todos se curan. Empezó a nacer cuando las nuevas generaciones notaron que este sistema no garantiza la movilidad social ascendente (al decir de Argentina) o el cumplimiento del “sueño americano” (si nos remitimos a Estados Unidos).

 

Y ese germen creció. Lo hizo a fuerza de teorías conspiranoicas, fake news y posverdad. Hoy es factible poner en discusión cualquier cosa. La evidencia empírica y el pensamiento científico, han sido reemplazados por un grupo de internautas que, en una red social que ni los lectores ni este escriba conocen, se reúnen virtualmente desde distintos lugares del mundo a interrogarse si el planeta es plano. Se encuentran para leer sobre algún supuesto científico que afirma que el SARS-COV-2 es un virus creado en algún laboratorio chino, para luego cotejar esos datos con quienes afirman que el COVID en realidad es producto de la radiación de las antenas de 5G. Ese es el tiempo que vivimos. El tiempo de los Trump, los Bolsonaro y los Milei.

 

Entonces ¿por qué no iban a poner en discusión los consensos mayoritarios a los que la civilización occidental había arribado? Más aún, los sectores antidemocráticos, golpistas, fascistas, ¿por qué no iban a aprovechar esta nueva época para arremeter contra nuestra cultura democrática? Ellos supieron interpretar a un sector de la sociedad que no encontraba representación, que estaba hastiado de las fragilidades de este sistema. Y lo representaron.

 

Así es cómo la taba se dio vuelta y los sectores conservadores tomaron la iniciativa, mientras los sectores populares lentamente dejaron de innovar, y solo se dedicaron a sostener lo edificado hasta el momento. El problema claro está es que esos edificios no dieron cobijo a todos y los que quedaron afuera decidieron que no era mala idea destruir los cimientos.

 

No. No es un 24 de marzo más. Es uno en el que ellos gobiernan. ¿Qué vamos a hacer al respecto? Marchar, sí. Pero ¿qué más?

 

La filósofa y escritora Tamara Tenembaum dijo este domingo en su cuenta de la red social “X” que no había ningún valor en no discutir el discurso oficial. A este nuevo discurso oficial. “Ya son gobierno, ya son el mainstream, confrontar no es “darles difusión” porque ya no pueden tener más de la que tienen. No contestar es encerrarse, nada más”, agregó.

 

“No contestar es encerrarse”. Excepcional.



 Si los argumentos los tenemos. Si nosotros sabemos, como supo decir Martín Kohan hace algunos años que la cifra de “los 30.000 es una cifra abierta”. Si sabemos que sustrajeron cuerpos, los hicieron desaparecer, quemaron archivos, destruyeron la mayor cantidad de evidencia que pudieron y sellaron un pacto de silencio del terror. ¿Cómo no vamos a poder discutir con un fascista? Debemos hacerlo. Es una obligación. 



Si nosotros sabemos que jurídicamente no es equiparable el asesinato perpetrado por civiles comparado con un plan sistemático de exterminio elaborado y ejecutado por el Estado. ¿Cómo no vamos a poder dar esa discusión? Yo prefiero darla. Creo fervientemente que hay que darla. Para que los que dudan, los que no saben, los que recién escuchan esta historia, tengan la verdad a su disposición.

 

El debate que no queramos dar, aparecerá mañana en forma de publicaciones virtuales, grupos de chat y foros de todo tipo.

 

Porque las nuevas generaciones, los nietos de los que vivieron los años del terror, tienen una visión cada vez más lejana de esa época. Y si damos por sentado que hay consensos que ya no son materia de discusión, vamos a perder contra quienes sí comprendieron esta época y saben usar la tecnología, las redes y la posverdad. Hay que articular una posición, con nuevos argumentos, con nuevas formas, para que la Memoria, la Verdad y la Justicia continúen a lo largo de las generaciones, de nosotros a nuestros hijos y de ellos a los suyos. Para que no pase Nunca Más.

 

Debatir no es convalidar. Es batallar.

 

Me fui a marchar.

 

Volví. Estallado de alegría, volví. A terminar de escribir, pero ahora me invade el optimismo y la sensación de creer en este pueblo maravilloso que una y otra y otra vez se levanta. Y que cuando pase este temporal deberá erguirse nuevamente.

 

Aún así, por más maravillosos que podamos ser, es una obligación generacional profundizar la discusión, fortalecer los argumentos, y animarnos a dar los debates que haya que dar. No dejarles el terreno libre a ellos, no desaparecer de las redes, no negar la posibilidad del debate y de la construcción de nuevas interpretaciones. No para retroceder, sino para construir bases aún más sólidas que puedan hacer suyas los que vendrán después de nosotros.


Renovar los argumentos y estrategias para mantener vigente la defensa de los principios democráticos.

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