La vida de Edward Bloom, protagonista de la película El Gran Pez, es una de las historias más fantásticas y emocionantes que se puedan recordar del cine contemporáneo. Todos los encuentros mágicos que vivió, las situaciones increíbles y las personas que conoció, hablan de una aventura imborrable. Quizás, la magia de la película radica en el universo que abre a quien la mira sobre lo que puede ser una vida vivida así, sin miedos. La vida de Nico Marín, de 24 años, es algo similar, sobre todo porque decidió convertirse en un pez, un gran pez, que retrata lo que pasa bajo el agua.
Nicolás es considerado el Mejor Fotógrafo de la Naturaleza del Mundo 2023 y actual Embajador de la Buena Voluntad de la ONU. Esto hizo que desde sus 18 años su vida sea, como él la define, una película difícil de creer, que lo llevó por los lugares más recónditos del mundo a fotografiar la naturaleza bajo el agua. Por todo lo conseguido, National Geographic le ofreció crear un proyecto en conjunto y así nació 'Migrantes del Pacífico', un documental que explora la ruta migratoria de tiburones y ballenas.
Su historia está repleta de aventuras de otros tiempos, en que los hombres recorrían el planeta en búsqueda de misterios y fortuna. Entre sus hazañas, la más reciente es el viaje a Grecia al que fue invitado como representante del país para Our Ocean, una conferencia que describe como "de las más importantes del mundo a nivel conservación de los océanos".
Pero este presente no es de ayer, tiene un tiempo más. Nicolás nació en San Miguel, provincia de Buenos Aires. El detalle de su ubicación es importante porque la costa más cercana está a casi 500 kilómetros. En su familia no había una conexión con su trabajo de fotógrafo submarino, su madre es diseñadora de interiores y su papá tiene una distribuidora de bebidas.
“Siempre veía fútbol por el lado de mi papá, pero el otro canal era el National Geografic, que mostraba los animales más asombrosos del océano. Eso lo miraba con un total desconocimiento, porque era ver como esa gente estaba allí, buceando con tiburones, con ballenas, y me preguntaba cómo llegaron”, recuerda.
Como se sabe, no siempre el primer amor es el correcto. Nicolás empezó por un sueño más cercano y en la escuela de tenis del barrio forjó una añoranza deportiva que duró hasta hace tan solo 5 años, quería ser tenista profesional. Si bien llegó a jugar torneos internacionales, nacionales, tenía que tomar una decisión. “Sabía que en el mundo del tenis hay millones que juegan bien, pero los que viven del tenis son pocos. Me frustré mucho cuando dejé el tenis, pero hoy puedo decir que me sirvió todo lo aprendido”, asegura.
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