Al igual que ocurre en otros ámbitos, la desigualdad de género es moneda corriente en el campo científico. Sólo el 29% de quienes se dedican a la investigación en el mundo son mujeres y su representación en las llamadas disciplinas STEM (Ciencias duras, Tecnologías, Ingenierías y Matemáticas) es aún menor.
Es por esto que la ONU aprobó en su Asamblea General de diciembre de 2015 celebrar cada 11 de febrero como el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, con el fin de apoyar la labor de investigadoras mujeres e impulsar vocaciones científicas tempranas.
En Argentina, si miramos los números del Conicet, hay 53% de investigadoras y 60% de becarias. Un porcentaje alto si se compara con Europa y Estados Unidos, donde el promedio de mujeres en Ciencia es del 35% y en Japón solo el 17%.
Dentro de América latina, “Argentina está por encima del promedio en cuanto a participación femenina en Ciencias, y esto tiene que ver con razones culturales, económicas -las profesiones mejor remuneradas son ocupadas mayormente por varones- y también con que las mujeres estamos siendo mayoría en las carreras universitarias en general”, señala Ana Franchi, presidenta del Conicet, la segunda mujer en ese cargo desde la fundación del organismo, en 1958.
Para Franchi -doctora en Química y una de las fundadoras de la Red Argentina de Género, Ciencia y Tecnología (RAGCyT)-, “el ingreso de mujeres a las disciplinas científicas, salvo en ingenierías y en informática, no es un problema. Los problemas vienen a la hora de desarrollar sus carreras”.
En el CONICET, las mujeres son mayoría en los niveles iniciales y van reduciendo su participación a medida que la categoría es superior. En 2019 ellas representaban el 61,3% de los investigadores asistentes, pero sólo son el 24,5% de los investigadores superiores.
Estereotipos de género
Desde que la científica polaca Marie Skłodowska-Curie obtuvo el Premio Nobel en 1903, hasta hoy solo 22 mujeres alcanzaron esta distinción en el campo de la física, química o medicina, en comparación con más de 600 varones que lo obtuvieron en las mismas disciplinas.
“Hay estereotipos de género que obstaculizan el acceso de las niñas y adolescentes al estudio de carreras científicas y generan barreras profesionales para las mujeres que trabajan en el mundo de la ciencia”, apunta Paula Szenkman, co-autora junto a Estefanía Lotitto de un informe del CIPPEC (Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y Crecimiento) sobre la situación de las mujeres científicas en Argentina.
El estudio, titulado “Mujeres en STEM: cómo romper con el círculo vicioso” fue presentado en la 14va Edición del Premio Nacional L’Oréal-UNESCO Por las Mujeres en la Ciencia y destaca que “si bien las mujeres recibieron el 60% de las becas financiadas por el CONICET en 2018, las investigadoras perciben un 25% menos de recursos que sus colegas varones para sus proyectos, y publican menos artículos en revistas de calidad y visibilidad nacional e internacional”.
Esta subrepresentación también se observa en el ámbito privado en Argentina donde sólo el 26% de las investigadoras son mujeres.
De acuerdo al trabajo del CIPPEC, “si bien el 68% de los docentes de secundaria argentinos son mujeres, apenas representan el 21% entre los docentes de educación tecnológica. Y, aunque 6 de cada 10 estudiantes universitarias sean mujeres, ellas representan el 25% del total de estudiantes de ingeniería y ciencias aplicadas; y sólo 1 de cada 10 estudiantes de Ciencias de la Computación en la Universidad de Buenos Aires son mujeres. Pero esto no siempre fue así, durante la década de 1970, alcanzaban el 75%, según la investigación de CIPPEC.
“La subrepresentación de mujeres en Ciencia y Tecnología se debe a múltiples barreras que se presentan desde la niñez y a lo largo de la trayectoria formativa y laboral, y la poca visibilidad de aquellas mujeres que se desempeñan en estas áreas refuerza los sesgos de género respecto a lo que las mujeres pueden o no hacer, retroalimentando así un círculo vicioso”, sostiene Szenkman.
Una científica en tiempos de cambio climático
“Hacer ciencia para una mujer no es fácil. Implica dedicarse prácticamente 24 horas, siete días a la semana a plantearse preguntas y ver las posibles soluciones a esos interrogantes. Y a veces se complica combinar la vida personal y decisiones como la de tener hijos, con las exigencias de una carrera científica”, dice la climatóloga e investigadora del Centro de Investigaciones del Mar y la Atmósfera (CIMA), Inés Camilioni.
La especialista en Cambio Climático y docente de la UBA cuenta que eligió estudiar Ciencias Meteorológicas porque en el colegio le gustaban la matemática y la física y era una forma de combinar ambas disciplinas. “Fui a una charla sobre la carrera en la Facultad de Ciencias Exactas y me decidí -relata-. Vengo de una familia dedicada a las ciencias humanísticas, y me pareció que aplicar la matemática y la física a la atmósfera -cuyos fenómenos afectan a las personas- era como un puente para hilvanar las ciencias duras con aspectos maś sociales, que también me interesaban”, destaca.
En cuanto al desarrollo de su carrera, Camilioni admite que no fue lineal ni estuvo exenta de obstáculos. “Empecé a hacer el doctorado en un área y me cambié a otra. En el medio me casé, y mi plan era terminar la tesis antes de que nazca mi hijo. Pero el parto se adelantó, y tuve que ocuparme de mi bebé prematuro, (que hoy tiene 27 años), y dejar por más de un año la tesis. En la facultad hay un jardín maternal, pero yo no podía llevarlo, así que me tuve que quedar en casa con él. Siento que en esta situación, aunque fue difícil, el sistema no me penalizó sino que me acompañó, y así pude terminar la tesis y continuar mi carrera”, comenta.
Para entonces Inés había empezado a trabajar en el equipo del climatólogo Vicente Barros. “Fue él quien me impulsó a especializarme en Cambio Climático, y me abrió puertas. Esto fue muy importante. En la carrera científica hay mucho de esfuerzo personal, pero es fundamental tener guías y tejer redes, porque el conocimiento se construye sobre la base de lo que hicieron otros”, sostiene.
Derribando estereotipos
Aunque los prejuicios patriarcales sostienen que “las rubias son tontas” o “las ciencias duras no son para las mujeres”, la figura de Karen Hallberg, ex reina de belleza con un doctorado en Física y varios premios internacionales en Ciencia, da por tierra con ellos.
Nacida en Rosario y criada en Jujuy, Hallberg enfrentó algunos de estos estereotipos cuando en su adolescencia se debatía entre hacer una carrera deportiva (era buena jugando al tenis) o estudiar una carrera científica. Finalmente, el desafío de irse a estudiar a un lugar de frontera como el Instituto Balseiro en Bariloche, fue lo que más la atrajo.
Hoy es docente e investigadora del Conicet en el Balseiro, donde dirige un área dedicada a los superconductores (llamados así porque pueden transportar corriente eléctrica a temperaturas extremas) y nuevos materiales.
“Algunas personas todavía piensan que Física es una carrera para varones o para personas con una inteligencia especial, cosa que no es así”, destaca. “Es cierto que hay pocos jóvenes en estas áreas, y mucho menos mujeres. Creo que en esto influyen la falta de incentivo desde las familias y en la escuela para pensar y para mantener el entusiasmo de preguntarse y de entender. La matemática y la física podrían ser más divertidas si se enseñan más desde el proceso del razonamiento que desde la memorización”, señala.
Científicas vs el Covid-19
La irrupción de la pandemia por COVID-19 mostró el papel esencial de las investigadoras en el conocimiento del virus, el desarrollo de pruebas diagnósticas y vacunas.
En Argentina, el equipo liderado por la viróloga Andrea Gamarnik fue el primero en desarrollar un test serológico para Covid-19, apenas 45 días después de haberse declarado la pandemia. En tanto, la inmunóloga Juliana Cassataro dirige el grupo que está desarrollando una de las vacunas argentinas (la “Cecilia Grierson'') contra la Covid-19, cuyos ensayos clínicos en pacientes comenzarán este año.
La crisis del coronavirus y sus impactos en la salud y la sociedad también fueron disparadores de un avance científico sin precedentes y nuevos campos de investigación, como el de los efectos de la pandemia en la formación de memorias y los mecanismos de aprendizaje a nivel cerebral, por el que la bióloga argentina Haydée Viola obtuvo el premio Loreal Unesco 2021.
Una de las conclusiones de Viola fue que los niveles de estrés y ansiedad por la pandemia son mayores en las mujeres. Y también destacó que el sistema científico suele tener una mirada patriarcal en los temas y enfoques de investigación. “Hombres y mujeres tenemos habilidades y capacidades cognitivas similares. Pero nosotras destinamos más horas de trabajo y energía a ocupaciones no remuneradas de cuidado familiar y doméstico, lo cual repercute en la productividad … La sociedad está cambiando, pero tenemos que seguir evolucionando para lograr igualdad de condiciones”.
Más allá de visibilizar el trabajo y los logros de miles de científicas e investigadoras, la pandemia afectó el desarrollo de sus carreras, “especialmente a las que se encontraban en los inicios, lo que ha contribuido a ensanchar la brecha de género en la ciencia”, destaca un reporte de ONU Mujeres.
Por esto, celebrar un Día de la Mujer y la Niña en la Ciencia se vuelve necesario. A nivel local, la Red Argentina de Ciencia y Género organiza charlas con referentes de Latinoamérica para debatir la problemática y posibles soluciones. Y desde el Conicet se está llevando a cabo un estudio de trayectorias científicas según género, disciplina, región geogŕafica y momento histórico, para detectar dónde están los principales escollos.
Una mayor diversidad y equidad de género en la Ciencia es esencial para enfrentar los desafíos de un país y un mundo en crisis.
Fuente: Télam
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